40 semanas de entrenamiento, 40 semanas de aprendizaje, 40 semanas de formación, 40 semanas de iniciación, 40 semanas de preparación para la misión más importante de nuestra vida.
Suenan las sirenas, la alarma se ha activado, Inevitablemente, llega el momento de entrar en combate. Hemos estado 40 semanas esperándolo y estamos listos para la acción.
Nos han enseñado a sobrevivir, a preservar nuestra integridad física, a mantenernos con vida, inculcándonos y grabándonos en nuestro subconsciente el instinto más primario, el instinto de supervivencia. Lamentablemente, este instinto no es suficiente para poder tener éxito en nuestra campaña.
Avanzamos sin saber lo que nos vamos a encontrar al otro lado del monte, un 90% nerviosos y un 10% ilusionados, o al revés, es difícil de explicar. Entramos en el campo de batalla con lágrimas en los ojos y temblando de frío. Sin ningún lugar a duda, ha comenzado nuestra larga cruzada. Afortunadamente, el instructor está a nuestro lado, lo que nos hace controlar la respiración y sentirnos a salvo.
Con el tiempo nos vamos dando cuenta de que no sabemos para que nos han entrenado. ¿Cuál es nuestra misión?, Cada uno decide la suya. Unos quieren ser astronautas, otros bomberos, mecánicos, algunos policías, y muchos futbolistas, porque no. En mi caso quería ser una estrella del pop.
Crecemos y la vida, entre ostia y ostia, se encarga de acotar nuestros sueños y estrangular nuestra inocencia. De vez en cuando, miras hacia atrás y piensas, ¿en que puto bache del camino se cayeron mis ilusiones? Sinceramente, no me acuerdo, ni del bache ni del camino, estaba tan concentrado en que no me partieran la cara que no tuve tiempo de volver a recogerla, ni mirar donde quedó. SOLDADO!! AVANCE!! ¿Nos han entrenado para esto durante 40 semanas? Me vais a perdonar, pero yo no me lo quiero creer. Hemos aprendido a sobrevivir, es lo único que nos han enseñado, básicamente. En mi opinión, estamos jodidos.
En momentos puntuales, como si de la ráfaga de una AK 47 se tratase, cientos de fotogramas inundan nuestra trinchera y nos recuerdan días felices. Aquellos días en los que marcábamos un gol en la final de un mundial, conquistábamos planetas y galaxias o salvábamos a una ancianita en un incendio. Fotocomposición que dura bastante poco, gracias al sonido de mortero que nos devuelve a la realidad, amarga como la hiel, desvaneciendo cualquier atisbo de sonrisa en nuestro castigado rostro.
La cara curtida de las ostias recibidas, el pelo más blanco de las alegrías que nos da este puto mundo, las manos llenas de callos de cavar y cavar nuestra trinchera, la espalda castigada y medio quebrada por el peso de la mochila en la que llevamos tantas responsabilidades que la doblega como el brote tierno de un rosal y los pies llenos de ampollas de caminar buscando ese jodido bache donde perdimos la ilusión.
Este objetivo no se puede alcanzar, misión suicida imposible de completar, la guerra está perdida, estaba perdida incluso antes de comenzar, antes del entrenamiento, antes de nacer.
Hemos sido diseñados para sobrevivir, y por lo tanto estamos, pero no sabemos vivir, así que por consiguiente no somos.
Estar podemos estar, más o menos lo podemos conseguir. Unos días más alegres, otros más tristes. Podemos estar en Pamplona, en casa o en la parra. Lo jodido y verdaderamente difícil es ser, por eso no ganaremos la batalla, por eso seguimos simplemente estando, ocupando hueco, espacio, malgastando oxígeno y pasando las hojas del almanaque sin ninguna ilusión, ya que se quedó en el bache de aquel maldito camino del que no consigo acordarme.
… Diario de guerra: Día 13.685 de la misión. Sin novedad en el frente. Desde mi trinchera observo como se pone el sol. Estoy esperando a que llegue la noche. Estoy esperando a que el sueño me venza, estoy esperando ansiosamente el momento de poder llegar al REM más absoluto y ser de nuevo una estrella del pop …
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