Después de mucho pensar y divagar, me atrevo a confesar y quiero haceros partícipes de algunas de mis andanzas gallegas. Fue allá por octubre de 2008 cuando pisé por primera vez aquella maravillosa tierra.
Antes de comenzar, os recuerdo que en la entrada “Un ángel en el camino” cuento otra aventura santiaguera.
Lo primero que hice cuando llegué, concretamente a Santiago de Compostela, fue ir a Padrón y comer pimientos. Ya sabéis lo que dice el refrán… “Pimientos de Padrón, unos pican y otros no”. Al respecto quiero matizar un par de cosas; La primera y más importante es que los pimientos no son de Padrón, son de unas aldeas cercanas, pero no de Padrón (comenzamos bien), y lo segundo: yo tardé unos ocho meses en coger uno que picase (seguimos mejor).
Lo segundo que hice cuando llegué a Santiago de Compostela es ir a ver la Plaza del Obradoiro y la Catedral de Santiago, punto de encuentro de millones de peregrinos y peregrinas, turistas, visitantes, japoneses y demás derivados y sinónimos de estos anteriormente expuestos. Yo fui una vez en condición de turista. En verdad, visto un Obradoiro, vistos todos.
Una vez que comí y visité lo básico, me puse a buscar casa. Encontré una en la zona norte de Santiago, concretamente en el centro comercial Área Central. Eso era la ostia, vivía en un centro comercial, me sentía como Tom Hanks en la Terminal. Estaba lleno de tiendas, peluquerías, cervecerías, un supermercado gigante, cafeterías, cines, etc. y además allí no llovía, era perfecto, me lo quedé sin pensar.
Mi primer día de trabajo fue especial, ya que antes de llegar a Padrón, donde estaba ubicada la oficina, las escobillas de los limpiaparabrisas de mi coche se desintegraron. Tuve que llamar a la empresa de alquiler y decirles que por favor vinieran a ponerme unas nuevas. La muchacha me preguntó: - Cuánto tiempo tienen? Yo le respondí que un año y medio y que estaban nuevos. Ella un poco confundida me volvió a preguntar: - Después de un año y medio están nuevos? Cómo es eso? Le contesté que venía de Cádiz y que estaban sin estrenar.
Estuve un año viviendo en esta ciudad y no puedo decir ninguna cosa mala de ella. Solo había una cosa que me tocaba la masa escrotal, la puta lluvia. En Santiago llueve todos los días, a veces mucho, a veces poco, a veces durante días, en definitiva, no hay un puñetero día en el cual no caigan unas gotas.
Santiago es la única ciudad de España en la que para comprarte un paraguas nuevo tienes que ir con el viejo, es acojonante. Si te compras un descapotable en Santiago, a parte de ser gilipollas, lo vas a utilizar, que decir yo, menos que un irrigador de colon. Quién va salir a la calle si está todo el día cayendo agua?
Un día estuve a punto de llamar al Ayuntamiento a ver si sintonizaban bien la ciudad, porque la veía como con lluvia y niebla. Pensé que podía ser de la antena.
Yo creo que esto tiene algo que ver con el dicho gallego que dice así: “Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas”. Esto viene a decir que no las vas a ver ni en pintura y no me extraña. Creas o no en las meigas, en Santiago no las vas a ver en tu vida, cómo las vas a ver?, no salen, esta todo el puto día lloviendo joder. Luego se les moja la tapa del delco de la escoba, se les para y ostión que te crió. Además, imagínate lo que tiene que pesar esa capa totalmente empapada. Y la niebla? Como no lleven faros de xenón, se pueden comer un poste de teléfono del tirón.
Daba igual que fuera invierno que verano, siempre que veía las noticias del tiempo, en Santiago estaba el huevo frito, siempre (tanto huevo frito, tanto huevo frito, que me subió hasta el colesterol joder). Luego mirabas para Cádiz y zas!! Tortilla de papas tooooodos los días. Era desesperante, te podías tirar semanas sin ver el suelo de las calles seco. Al principio yo preguntaba: - Que limpieza, han regado las calles muy pronto esta mañana verdad? A lo que el paisano me respondía; - No, no las han regado. Con el tiempo me acostumbré a verlas siempre así.
Hace poco un amigo me comentó que si quería hacer el Camino de Santiago con él. – El Camino de Santiago?? le respondí, con otra pregunta, como buen gallego, je, je. Mira, me he hecho el camino unas cuarenta veces en un año, unas cuantas en coche y otras tantas en avión. Es más, creo que tendrían que darme la Compostelana de Oro por lo menos. Y eso hubiera estado bien. Podría haber acumulado puntos, “Santiaguines” por ejemplo, para luego canjearlos por merchandising. Imagínate:
Botafumeiro de plata: 2.500 santiaguines.
Palo con vieira: 1.350 santiaguines.
Alpargatas de peregrino: 1.800 santiaguines.
Pin de Santi: 500 santiaguines.
20% dto. en alojamientos del Camino: 1.500 santiaguines.
y así lo que les ocurriera.
Me acuerdo de un jueves, llevaba desde el sábado anterior sin parar de llover y que yo estaba hasta las pelotitas. Al llegar a la oficina se me acercó un compañero y me preguntó: - Que te pasa? Tienes mala cara. – Estoy harto, como no escampe esta tarde, mañana por la mañana me piro a mi casa y le dan por culo, no vengo ni a trabajar. El muchacho me dijo que el agua era salud y que me fijase que bonito estaba todo tan verde. – Qué el agua es salud? Pues eso díselo a los ahogados!! – Que está todo verde? El único verde que me gusta es el que se le echa a los mojitos. Es más, le aclaré que sí me gusta en agua, pero no en vertical, sino en horizontal, tumbado en una toalla y con un tintito de verano en la mano. Además le pregunté: - Tú sabes cuando vendrá El Circo del Sol a Santiago? – No. Me dijo él. A lo que le respondí de un modo claro y conciso… - Nunca!! Aquí está siempre nublado!!
Un fin de semana, unos compañeros de trabajo y buenos amigos me convencieron para ir de excursión a La Gran Duna de Corrubedo. Solo tengo una pregunta que hacer al respecto… Gran Duna?? Dónde?? Aquello era un montón de tierra mal tirado delante de la playa y encima no se podía pisar, estaba prohibido. Si no recuerdo mal, había una multa de más de mil euros si lo hacías. Vamos a ver… Nos hacemos un montón de kilómetros para ver un montón de arena que además de no dejarte ver el mar no puedes pisar?? Yo lo llamaría El Gran Timo de Corrubedo. Menos mal que luego comimos del carajo y nos tomamos unos copazos.
Un año entero en la ciudad del huevo frito y terminé enmohecido como las tablas de una barca abandonada y encallada en la orilla de la playa. No obstante, de su gente solo puedo decir cosas buenas. Grandes personas, grandes seres humanos. En esos 365 días pude conocer y sentir el calor que te daban, las muestras de amistad y amabilidad que emanaban de sus adentros.
Ese es, sin duda, el mejor recuerdo que me llevé conmigo y que hoy en día, aún llevo dentro y tengo muy presente. No creo que lo olvide nunca.
Para terminar os diré que volveré a esa ciudad, con o sin paraguas, pero volveré. Merece la pena mojarse, es un precio sumamente barato que pagar para todo lo bueno que vas a recibir.
Con cariño para mis compañeros de Padrón.
2 comentarios:
he de decir que hace mucho tiempo no te leía, es genial tu forma de escribir, me he quedado enganchada hasta el final. bueno voy a seguir leyendo. un beso
Muchas gracias killa. Espero que te guste la lectura. Pronto subiré una nueva entrada... "3.000" Un beso,
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