A veces pienso porque voy tan rápido por la vida, porque no me paro a recuperar el aliento, a disfrutar del sillón de mi casa. ¿Porqué vivo tan deprisa? ¿A caso tengo ganas de llegar al final, a la meta?
Mi mente y mi corazón van a mil por hora, cada día duermo menos, cada día veo menos televisión, vivo más. En el fondo no es malo tener inquietudes, tener ganas de construir, de sacar todas las ideas que tengo en mi cabeza e intentar hacerlas realidad.
Es un poco caótico la verdad, pero prefiero esto a estar tumbado en el sofá mirando una caja que únicamente transmite mensajes sin contenido y vidas sin sentido. No necesito saber quien se casó con quien y cual dejó a cual. Quiero vivir mi vida, y si es más deprisa de lo normal, pues eso siempre será mejor que vivirla con los ojos de otra persona que ni siquiera sabe que existo y a la que no creo que le importen mis alegrías o mis tristezas y mucho menos mis problemas.
Si dedicásemos unos minutos al día a expirar nuestros pensamientos y recogerlos en un papel, a pensar por nosotros mismos y no ir de la mano de un presentador que nos invita a reducir nuestra capacidad cerebral hasta casi dibujar un encefalograma plano, nos daríamos cuenta de que tenemos una fuerza interior mucho mayor de lo que creemos. Fuerza para decidirnos a realizar nuestros sueños, a comenzar aquí y ahora, a no esperar, al “mañana empiezo”. NO!!! Ahora es el momento de lanzarnos a la piscina. A retomar aquello que tenemos pendiente desde hace tanto tiempo que parece una ilusión.
Esa ilusión es la que tenemos que alimentar, apaga la puta televisión y coge un buen libro. Vuela, disfruta, viaja a mundos maravillosos y lejanos de la mano de tu mente. En ese viaje TÚ eres el protagonista, TÚ eres quien salva a la princesa del malvado dragón de dos cabezas.
Escucha más música, y deja las sintonías e historietas de los programas de la caja tonta aparcadas en el garaje de los trastos, o simplemente, tíralas al cubo de la basura. Coge tu mp3, cálzate tus deportivas y sal a la calle. Camina, corre, pasea, haz lo que te dé la real gana mientras disfrutas del paisaje y los sonidos que se envuelven en tu hipotálamo.
Deja de cambiar de canal y cambia las marchas en tu bici, nota el aire en tu cara. En ese preciso momento eres libre, no estás atado a nada. Ni móvil, ni mando a distancia, estás tú y nada más. Todos nosotros nos volvemos un poco niños cuando estamos montados en una bici, recordamos aquellos paseos por los caminos del pueblo al lado de nuestro primo e inevitablemente recordamos al Piraña, a Tito y a toda la pandilla de Verano Azul.
Cuando éramos niños no perdonábamos jugar con los amigos del barrio por ver la televisión. Verano Azul la veíamos porque la echaban a la hora de la siesta y no podíamos salir a la calle hasta las cinco de la tarde. Luego no regresábamos hasta que las farolas de la calle se encendían. Es más, siempre gritábamos, -Diez minutos más mamá!!
Yo lo tengo claro, quiero seguir gritando eso… Diez minutos más, diez minutos más para terminarme el capítulo de un libro, para dar otra vuelta al paseo, para ver la puesta del sol.
En definitiva, diez minutos más para disfrutar de mi vida, de lo que me gusta, de lo que me llena, para sentirme vivo.
De una cosa estoy seguro, nunca gritare… Diez minutos más, que estoy viendo la tele!!